La sociedad moderna se ha levantado y desarrollado bajo un orden o principio androcéntrico que le ha otorgado al hombre, todo el poder y protagonismo histórico. Hasta bien entrado el siglo XX, el espacio público era prácticamente de dominio exclusivo de los hombres, quiénes ocupaban los cargos más importantes y de mayor poder, en las instituciones públicas y empresas, es decir, a nivel político y económico: presidentes, grandes empresarios. También eran admirados por su destreza física y valentía, convirtiéndose en héroes de guerra o en reconocidos y premiados deportistas. El talento artístico y la capacidad intelectual, es decir, la “genialidad”, como consta en los libros de “historia del arte” (arte burgués, cultura blanca), era considerada también cosa de hombres. Las mujeres artistas, intelectuales y deportistas, siempre quedaban relegadas en un segundo plano, cuando no eran consideradas “una rareza”, un complemento o elemento decorativo, siempre dependientes de la mirada, de la lectura, de la visión y concepción que tenía de ellas, el género masculino.
Pero el responsabilizar de tal manera al género masculino, es decir, a sólo una parte de la humanidad, de todas las acciones y decisiones de poder, es una carga muy pesada que arrojó consecuencias muy graves en el bienestar de dicha sociedad. La primera consecuencia grave del androcentrismo que podemos señalar, es la invisibilidad de la otra parte del género humano. Y cuando decimos “la otra parte”, no nos referimos exclusivamente a las mujeres, ni a las mujeres blancas en específico, sino a todas las personas que no somos “Hombre Blanco Heterosexual”. El hecho de que la sociedad moderna se construyera tomando en cuenta sólo los principios, valores y necesidades del “Hombre Blanco Heterosexual”, la convirtieron en una sociedad egocéntrica e individualista. Razón por la cual, la civilización occidental se mira y se considera a sí misma, como “la cultura correcta”, es decir, que considera que no existe otra forma o “manera de ser” o de “hacerlo” mejor. Por supuesto que esta idea de considerarse “perfectos” “omnipotentes” e “indestructibles”, hace y convierte a las personas en intolerantes, porque los predispone negativamente hacia lo diferente, concibiéndolo como algo equivocado, que no tiene sentido ni razón de ser. ¿Qué hacemos con lo diferente? ¿Qué hacemos con el otro? Las respuestas que ha tenido la sociedad y cultura androcentrista para las anteriores cuestiones han sido varias: invisibilizar, dominar y eliminar:
Elba Poleo (2004). La cultura y la construcción de la Ciudadanía Democrática Multicultural. Cuadernos Edumedia (5).Caracas. Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Págs. 55-56.
El materialismo y pragmatismo del mundo occidental, hoy día, a finales de la primera década del siglo XXI, pareciera hacerse cada vez más insostenible. Es verdad que gracias al desarrollo de la ciencia y la tecnología, el ser humano ha sido capaz por ejemplo de llegar a la luna, de conectarse con millones de personas, a través del uso de Internet y de crear medicamentos y tratamientos para la cura de enfermedades; pero también son muchas las pérdidas humanas, los daños ecológicos y la contaminación que ha sufrido el planeta, en aras del progreso. Luego de la segunda guerra mundial, de los traumas sociales causados por los crímenes de guerra, por los horrores del fascismo, la sociedad occidental comenzó a darse cuenta que el progreso tecnológico y científico, era un arma de doble filo; dicho desarrollo podía generar gran bienestar, pero a su vez, también era responsable de graves daños y crímenes contra la humanidad.
Habría que esperar hasta finales de los años sesenta y principios de los setenta, del siglo pasado, para que el modelo burgués, de ciudadanía y ciudadano, fuera duramente criticado y cuestionado por las organizaciones civiles que abogaban por los derechos de las mujeres, jóvenes, negros, indígenas, obreros, campesinos, etc., porque dentro de esa idea de sociedad y ciudadanía, que el burgués, representado físicamente por el “hombre blanco adulto”, había creado para sí, no se tomaba en cuenta ni se representaba, las diferentes necesidades, costumbres, valores, tradiciones, formas de vida, cultura, historia, cosmovisión o maneras de representación del mundo, de los demás grupos sociales.
Sólo en las últimas décadas del siglo pasado, el sujeto social logra romper con este modelo burgués o concepción burguesa del ejercicio de la ciudadanía, dándole cada vez más espacio e importancia al debate público sobre los derechos culturales y los derechos de “las minorías”.
La Ciudadanía Democrática, se plantea como un modelo alternativo de ejercer la ciudadanía dentro de las actuales “democracias globalizadas” o “democracias” neoliberales que existen actualmente en el mundo.
Rompe en primer lugar, con la concepción burguesa del “Ciudadano” como un sujeto único, estático y homogéneo. Para la Ciudadanía Democrática, el ser humano es de una cualidad dinámica y pluralista, por lo tanto, no puede ser de ningún modo “etiquetado” o “estigmatizado”, como tradicionalmente lo ha hecho el pensamiento moderno al definirlo como un ser universal de cualidades únicas y homogéneas. La Ciudadanía Democrática, niega entonces, una concepción única del ser humano, así como una idea única del “hombre” o de la “mujer”. Por el contrario, comprende al individuo como un ser plural y multicultural, rodeado de múltiples realidades, dentro de una sociedad igualmente plural (UNESCO, 2001). Esta concepción o modelo de individuo y por ende de sujeto social, difiere por completo de la definición clásica (moderna) del “Hombre” y del “Ciudadano Burgués”. La Ciudadanía Democrática, también se opone y combate al Neoliberalismo Cultural, que frivoliza y reduce el problema de la Identidad Cultural, a un asunto discursivo, de “imagen”, “rating” y “marketing”, convirtiendo al ser humano en una cifra o estadística más, y al ciudadano, en un simple usuario, consumidor o peor aún, en un producto de consumo.
La Ciudadanía Democrática, parte entonces, del principio de Interculturalidad que valora y consagra la existencia de múltiples culturas dentro de una misma estructura social. La existencia de esta interrelación, entre los diferentes componentes culturales, debe a su vez, partir de dos principios fundamentales: el Pluralismo y la Igualdad. El Pluralismo es un principio, donde no sólo se acepta la Diversidad Cultural, sino también su igualdad en derecho y valor cultural. La Ciudadanía Democrática, se propone finalmente la constitución de una cultura y de ciudadan@s plurales y demócratas, como primer paso hacia el logro de una verdadera Democracia Participativa, que supone la valoración y participación igualitaria de los distintos componentes culturales que conforman una sociedad.